
Comidas chilenas
La gastronomía chilena es un espejo de nuestra identidad, diversa y mestiza, marcada por la memoria familiar y también por la innovación de las nuevas generaciones. Cada preparación encierra no solo ingredientes, sino también recuerdos, símbolos de pertenencia y vínculos con el territorio.
Un estudio reciente del Programa de Conocimiento e Investigación en Personas Mayores, elaborado a partir de la Encuesta Nacional de Participación Cultural y Comportamiento Lector, ofrece una mirada reveladora sobre cómo los chilenos y chilenas, según edad y región, identifican aquello que consideran su plato típico más representativo.
Los resultados muestran que, lejos de existir una única respuesta, la mesa chilena es un terreno donde conviven tradición, modernidad y diversidad territorial.
Contenido
Tradición y memoria en los mayores
Cuando se observan los hábitos de quienes tienen 60 años o más, aparece una inclinación muy marcada hacia las recetas que representan la tradición más arraigada de la cocina criolla.
En este grupo etario, casi un 70% se concentra en dos preparaciones, la cazuela con un 36,4% y los porotos con un 33,2%.
La cazuela, con su caldo sustancioso, cortes de vacuno o ave y verduras de estación, se mantiene como un símbolo de refugio y de afecto familiar, una herencia que evoca la cocina campesina y colonial.
Los porotos, en sus distintas versiones, desde los granados de verano hasta los porotos con riendas que reconfortan en invierno, son una expresión de la relación entre la tierra y la mesa, además de un recordatorio de la abundancia que ofrece el ciclo agrícola.
Diversidad en las nuevas generaciones
La situación cambia cuando se examinan las generaciones más jóvenes. Entre los 15 y los 29 años, la cazuela continúa presente, pero baja a un 26,6%. En cambio, crece la importancia de la empanada, que alcanza un 17,3%, y del pastel de choclo, que se sitúa en un 11,2%.
La empanada se consolida como el emblema de lo festivo y transversal, un alimento que aparece tanto en las celebraciones patrias como en la vida cotidiana de las ciudades.
El pastel de choclo, con su mezcla de maíz molido, pino y huevo, transmite la idea de celebración doméstica y de cocina veraniega vinculada a la cosecha.
En este grupo, los porotos apenas logran un 21,5%, lo que refleja cómo ciertas recetas campesinas van perdiendo terreno en la vida urbana.
Regiones que hablan con su propio sabor
El análisis regional aporta un matiz aún más fascinante. En el norte se reconocen influencias andinas y marinas que enriquecen el repertorio.
En Tarapacá se menciona la calapurca con un 16,8%, un guiso ancestral de raíces rituales, mientras que en Antofagasta el pescado frito adquiere protagonismo con un 13,3% junto a los clásicos cazuela y porotos.
En el centro y el sur, la cazuela conserva su hegemonía, aunque convive con preparaciones identitarias. En Ñuble la longaniza alcanza un 16%, confirmando el peso de los embutidos en su identidad culinaria.
En Los Lagos el curanto alcanza un 21,8% y los mariscos un 13,3%, expresiones de una cocina vinculada al mar, al fuego y a la tierra.
En el extremo sur, la fuerza de la tradición se concentra en el asado de cordero. En Magallanes alcanza un 43,4%, mientras que en Aysén se complementa con la cazuela, que llega a un 25,2% y con otros tipos de asados que bordean el 30%.
Aquí la cocina responde a un clima riguroso y a la necesidad de alimentos comunitarios y energéticos.
La cocina como memoria viva
Estos datos muestran que la cocina chilena no es uniforme ni estática, sino una conversación constante entre memoria y modernidad.
Las personas mayores tienden a custodiar las preparaciones más tradicionales, mientras que los jóvenes amplían el repertorio con opciones que reflejan la vida urbana y la diversidad cultural contemporánea.
Al mismo tiempo, cada región aporta un sello propio, mostrando que los paisajes y las economías locales se expresan de manera directa en los sabores que se consideran representativos.
La mesa chilena es, en definitiva, una memoria viva. Cada vez que servimos una cazuela, unos porotos o una empanada, no estamos solo alimentando el cuerpo.







